El silencio de una madre, presa de un Sistema Perverso. No hay peor condena que aquella que se sufre en silencio.

Esta es la historia de una madre cuyo dolor no ocupa titulares, ni genera trending topics, pero que representa a cientos de mujeres atrapadas entre las estructuras del poder, la impunidad y un sistema judicial ciego al sufrimiento humano. No está en prisión por delito alguno, pero ha sido encerrada en el peor de los encierros: el de la impotencia. Su voz fue ignorada, sus ruegos desoídos, sus derechos arrasados por burócratas que olvidaron el alma de la ley: la justicia.

El sistema que debía proteger a su hijo lo condenó. Y con él, la madre también fue silenciada. Encerrada con barrotes, y con resoluciones sin firmas, con expedientes sin pruebas, con jueces ausentes, fiscales omisos, y defensorías que no defienden. La perversidad del sistema no siempre se mide por la fuerza de su represión, sino por la profundidad de su indiferencia.

El silencio de una madre, presa de un Sistema Perverso. No hay peor condena que aquella que se sufre en silencio.

En Venezuela, la criminalización indirecta de las madres que claman justicia para sus hijos constituye una manifestación del sufrimiento psíquico inducido por el Estado, una forma de tortura silenciosa.

A través de este artículo, se analiza cómo la omisión fiscal, la pasividad judicial y la injerencia política en las decisiones procesales, convierten a muchas madres en presas morales del sistema: mujeres que, al exigir derechos, son castigadas con el olvido, el hostigamiento institucional o la marginación total del proceso.


"Cuando se es cómplice ante el sufrimiento de una madre que le desgarran el corazón al perder a su hijo", la sociedad, la familia y el Estado somos principalmente responsables, la complicidad pasiva del Estado y el sistema judicial ante la tragedia de una madre.

Cuando una madre clama justicia por su hijo y no se le escucha, no se está ante un error, sino ante una traición. La traición de un sistema que, al callar, al desentenderse, al minimizar su dolor, se convierte en cómplice del daño. El corazón de una madre no solo se rompe cuando le arrebatan a su hijo: se desgarra cuando la justicia cierra los ojos, cuando las instituciones le dan la espalda, cuando la indiferencia se convierte en la regla.

El silencio de una madre, presa de un Sistema Perverso. No hay peor condena que aquella que se sufre en silencio.



Ser cómplice no es solo participar del crimen. También lo es guardar silencio, mirar a otro lado, encubrir con burocracia lo que debería ser reparado con humanidad y verdad.

Cada fiscal que no investiga, cada juez que no actúa, cada defensor que no defiende, cada expediente que se duerme, es un ladrillo en el muro que encierra a esa madre en su dolor. Y ese muro lo construye un sistema perverso, sostenido por manos que fingen neutralidad mientras dejan morir la esperanza.

El sufrimiento de una madre no necesita discursos: necesita justicia. Y toda complicidad con su dolor, incluso la que se esconde tras el silencio, es una forma de violencia institucional.

La denegación de justicia es el silencio a la impunidad y la violación inminente al Estado de Derecho y de Justicia que viola de forma flagrante el Interés Superior del niño en protección a su prioridad absoluta y en detrimento de los derechos de una madre víctima del Terrorismo Judicial
Reflexiones de las atrocidades que se están perpetrando a nombre de la administración de justicia

Publicar un comentario

2 Comentarios